Editorial

Por: Patricia Marín


En 1999, el Estado peruano dio en concesión el transporte ferroviario a Machu Picchu. Desde entonces, el Cusco ya no es el mismo. Muchas cosas han cambiado. ¿Qué ha pasado en estos diez años? Sin duda el gran protagonista de la escena social, económica y política ha sido el turismo, organizado en gran parte en torno a Machu Picchu.

Lo llamativo e interesante es que dichos cambios constituyen, para un sector de la población cusqueña, una verdadera desgracia; para otro, por el contrario, son el umbral del despegue de la ciudad, y tal vez de la región, hacia el desarrollo tantas veces anhelado.

En este último número del año 2009, Valicha decidió tomar al toro por las astas, interrogando a los protagonistas de este enfrentamiento de puntos de vista e intereses, con el propósito de permitirles explicarse con todo detalle. Así, ustedes los lectores, podrán conocer lo que piensan y proponen, y juzgar por su propia cuenta.

Los entrevistados son:

Boris Gómez, empresario y presidente de la Cámara Regional de Turismo del Cusco; Roger Valencia, empresario y director de la Cámara Regional de Turismo del Cusco; Fausto Salinas, abogado y empresario, ex-presidente y actual director de la Cámara de Comercio del Cusco, co-director del programa Aportando; Luis Enrique Ramírez, prior del convento de los Dominicos, y como tal, responsable de la administración del Museo del K’oriqancha. Todos ellos, representantes del quehacer turístico local, en su abanico de manifestaciones.

Edgar Miranda Quiñones, alcalde de Machu Picchu-pueblo, estación obligada de los visitantes, y en esa medida, factor clave de la actividad turística.

Armando Pareja, gerente de Perú Rail; Rómulo Guidino, gerente de Fetransa; Patricio Zucconi, gerente del Hotel Monasterio, y Jorge Portella, gerente Inka Rail, como representantes de los capitales externos que operan en el Cusco. También le propusimos una entrevista al representante de Andean Railways, pero no respondió.

El doctor Jorge Flores Ochoa, vocero más importante del sector cultura en el Cusco; la historiadora Mariana Mould de Pease, principal activista del mismo sector, residente en la ciudad de Lima; la doctora Cecilia Bákula, Directora del Instituto Nacional de Cultura del Perú, quién respondió tan solo a una parte de nuestras interrogantes, y vía correo electrónico, lo que nos impidió formularle las correspondientes repreguntas. Finalmente, lamentamos la ausencia del antropólogo Guillermo Lumbreras, ex director del INC, cuya respuesta estuvimos esperando hasta el cierre de la edición.

Luego de esta maratón de conversaciones, Valicha puede bosquejar algunas conclusiones provisionales.

A pesar de los muchos esfuerzos que se vienen haciendo por ampliar el atractivo turístico del país más allá del Cusco y Machu Picchu, estos siguen siendo su corazón. Esa circunstancia obliga a darles la mayor importancia. Sin embargo, la gestión de Machu Picchu hace agua por todos lados. No hay orden ni concierto. Si existen reglas, estas no se cumplen. Todos los entrevistados coinciden en que es necesario una mejor administración: ¿Cómo es posible que los visitantes tengan que llenar a mano un formulario justo minutos antes de ingresar al santuario, y que no se pueda adquirir un tiquet de entrada por anticipado? ¿Cómo es posible que un visitante se pueda quedar horas en el santuario, sin que nadie lo controle? ¿Cómo es posible que Machu Picchu no cuente con un grupo de guías especializados y exclusivos, que cuenten con un guión elaborado en base a la historia real, en lugar de improvisaciones fantasiosas?

Por otro lado, las empresas operadoras de turismo no han logrado todavía tener una buena relación con la población cusqueña. Salvo el sector empresarial, esta población no percibe al turismo como el dinamizador de la economía cusqueña y regional. La opinión mayoritaria es que, una vez más, el dinero no se queda en el Cusco, aparte de que existe la poco grata sensación de estar siendo marginados de su propia ciudad.

Los empresarios del sector turismo, por su parte, han logrado en poco tiempo tener una capacidad de organización que hace tiempo no se veía en el Cusco; sus líderes han conseguido no solo aglutinar al gremio, sino también alentar la superación, las alianzas estratégicas y, lo que es más importante aún, conseguir voz y voto en las organizaciones nacionales, a tal grado que muchas de sus propuestas han sido recogidas por estas y por el Ministerio del sector. Sin embargo, es obvio que no tienen una representación política. Su liderazgo empresarial no ha llegado a ser un liderazgo político en el ámbito local (y menos nacional). Si el sector turismo es la clave del desarrollo, ¿por qué no aspirar a la alcaldía, a la presidencia regional, al Congreso? ¿No serían ellos más adecuados que los periodistas radiales que han venido sucediéndose en algunos de estos cargos? Su persistente ausencia en este campo de batalla, debilitará a la larga sus propósitos y ellos parecen no darse cuenta.

Quizás el punto más preocupante sea el enfrentamiento de los representantes de los sectores de la Cultura y el Turismo. Esto es grave porque se están obstaculizando recíprocamente cuando, de proponerse un diálogo efectivo, quizá con algún mediador válido, podrían constituir una alianza estratégica que permitiría un turismo equilibrado y sustentable. A primera vista, el punto de conflicto es la llamada “capacidad de carga” de Machu Picchu; en realidad, nosotros percibimos que hay un desencuentro más esencial, relativo a los conceptos de identidad cultural, por una parte, y desarrollo económico, por la otra. Así, la conservación de la identidad significaría el estancamiento económico, y la apuesta por el negocio turístico significaría poco menos que el vandalismo cultural. En realidad, una identidad diferenciada y auténtica es una condición sine qua non de la capacidad de atracción que pueda tener una sociedad y un país. Los ejemplos sobran: Brasil, Japón, Francia, España, etc. Ahí la cultura “regional” o “propia” muy marcada, no es secundaria sino esencial, y no es un obstáculo al turismo sino la palanca de su desarrollo. En el caso de Machu Picchu, más que discutir sobre un número determinado de visitantes, se debería discutir sobre una gestión adecuada que preserve y administre ese destino turístico en su integralidad, incluyendo el pueblo de Machu Picchu.

El “circuito del sur”, como lo llaman los empresarios de la Cámara de Turismo Nacional, está basado especialmente en Machu Picchu, eso ya está claro. De 100 turistas que llegan al Perú, 99 van a Machu Picchu. A partir de esa constatación, caben otras preguntas: en estos 10 años, ¿el Cusco se ha desarrollado gracias al turismo?, ¿en qué sectores, más allá del propio empresariado turístico y más allá de las frases efectistas?, ¿es el turismo la sola receta para que los distritos y provincias de la región Cusco salgan de la pobreza?, ¿hay estadísticas del impacto económico, social, cultural y ambiental del turismo?, ¿todos los operadores en el Cusco cumplen con el Código Ético Mundial para el Turismo, adoptado por consenso en Santiago de Chile en 1999, donde diferentes países apoyaron la misma visión sobre cuáles deberían ser las relaciones entre los distintos actores del sector turístico?

Recordemos que el artículo 3 de este código dice: “Todos los agentes del desarrollo turístico tienen el deber de salvaguardar el medio ambiente y los recursos naturales, en la perspectiva de un crecimiento económico saneado, constante y sostenible, que sea capaz de satisfacer equitativamente las necesidades y aspiraciones de las generaciones presentes y futuras”.

Pero esta discusión Turismo/Cultura, con lo central que es, resulta totalmente secundaria cuando se piensa en el enemigo principal de tirios y troyanos: la agitación social. Cuando esta irrumpe, “pagan pato” la cultura y el turismo. Lo increíble es que a veces la agitación puede venir precisamente de estos sectores, el caso insólito de la “toma del K’oriqancha” por parte de los guías de turismo lo demuestra. Otras “tomas” han sido más nocivas aún, y mientras los Gobiernos (regional y central) no se adelanten a los problemas, estas van a volver y volver. Sin embargo, más importante aún que las medidas que las autoridades políticas tomen al respecto, es lo que la ciudadanía haga o deje de hacer. Felizmente, en un caso reciente (la “marcha de Sicuani”), ella tuvo una reacción enérgica y muy acertada.

Hemos escuchado con atención y simpatía al Alcalde de Machu Picchu-pueblo, y nos gustaría darle crédito, pero subsiste la sensación de que ellos son parte del problema antes que de la solución. Hace algunos años, Jorge Salmón, ex alcalde de San Isidro (Lima), publicó un artículo en la página editorial de El Comercio, donde comparaba al pueblo que está al pie del Santuario con aquellos del “salvaje oeste” de los Estados Unidos en el siglo XIX. Por su parte, el escritor y cineasta cusqueño José Carlos Huayhuaca, particularmente sensitivo al aspecto estético de las cosas, lo calificó de “lugar fenicio, malformado y estridente”, en un ensayo que celebraba la magia de la ciudadela, publicado en una reciente edición de esta revista. Y Jorge Flores le hace, en su entrevista en el presente número, severas acusaciones. El alcalde Miranda, en su entrevista respectiva, pide la ayuda económica del Perú y aún del mundo para poder hacer las mejoras que todos reclaman; pero, como el doctor Flores lo hace notar, el suyo es el Municipio más rico del país. Si es así, no tendría por qué estar pidiendo ayuda, sino solo administrar los recursos de un modo más productivo y transparente.

Recomendamos a los lectores leer cada entrevista tomando en cuenta a las otras y contrastándolas. Es en conjunto que echan luces sobre la compleja situación que Valicha decidió abordar, con el deseo de fomentar un debate saludable entre los sectores involucrados, tratando en lo posible de tender puentes. De ahí este número especial dedicado a repensar el más importante icono cultural del Perú, que es al mismo tiempo un motor de desarrollo: Machu Picchu.